- Ya es hora de que Candela este aquí, ¿Dónde coño se habrá metido la mocosa?-. Pensaba Sergio cada vez más enfadado mientras pasaba un grupo de tres vacas.
- Corre Candela, que están paradas ahí delante-. Carlos la cubría mientras ella se metía dentro de la valla.
- ¡Uff! Que mal lo he pasado-. Reía Candela cuando ya estaba dentro y a salvo.
- ¿Dónde habéis estado?-. Pregunto una rubia.
- En la plaza viendo a las Damas, iban guapísimas-. Sonreía.- Y ya nos hemos entretenido.
- Pues déjate de historias y canta un poco-. La rubia le marco el compás con las palmas.
- A veces tengo recuerdos, de ese niño que jugaba a los toros en la calle y no lo miraba nadie, vamo Antonio-. Animó al chico moreno para que tocará la caja.- Hoy he vuelto a recordar, esa bonita ilusión de jugar a ser mayor y no sentir la maldad. Yo quisiera volver al tiempo donde los días no pasaban por la via, con esta loca agonía.
Cuando termino le pidieron una más alegre y Candela no dudo en su favorita…
- Me casé con un enano salerito pa jartarme de reír. Olé ahí ese tío que va ahí-. Ella misma tocaba también las palmas.- Pa jartarme de reír, le puse la cama en alto, olé salerito y olé. Le puse la cama en alto, salerito y no se podía subir, olé ahí ese tío que va ahí. Y eso si que fue de veras, y eso si que fue de veras, y eso si que fue de veras que al bajarse de la cama salerito se cayó en la escupidera.
La noche hacía acto de presencia cuando el cohete que marcaba el final de la tarde de Capeas brillaba en el cielo, Carlos y Candela salieron un rato antes, justo cuando pasaba una vaca despistada que los obligo a subirse a los palos más temprano que tarde. El último día paso sin nada que destacar y Sergio, satisfecho con él mismo volvió a casa con la tranquilidad que le producía el hecho de que Candela estaba sana, salva y feliz. Como siempre, pensó él.
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